Un
tarro de cristal vacío con tapa dorada. Aquel fue el regalo de despedida que
Elena me hizo. Lo cierto es que no esperaba recibir un regalo, aquello fue una
gran sorpresa. Sorpresa que se convirtió en extrañeza al abrirlo. Es innegable
el hecho de que aquel no era un regalo corriente.
-
Si, un tarro de cristal vacío - fue su contestación a la cara
de extrañeza que debía estar poniendo al verlo. - Pero tiene su utilidad. Mayor
de la que tú te imaginas.
Para
entender mejor la situación tendría que empezar por el principio. Elena es una
chica alegre y muy simpática que conocí un verano en un campamento. Todos los
veranos, en julio, mis padres me mandaban al mismo campamento. Decisión sobre
la que yo, evidentemente, no tenía voto alguno. Una noche, una chica de mi edad
se me acercó y empezamos a hablar. Por lo visto, sus circunstancias eran
similares a las mías: le obligaban a ir todos los veranos al mismo campamento,
quisiera ella o no. Aquella simple coincidencia, hizo que durante esa noche
estuviesemos hablando por horas. Dio la casualidad de que teníamos mucho en
común y enseguida hicimos buenas migas.
Eramos inseparables. Ella
vivía bastante lejos de mí por lo que los veranos era el único momento en el
que nos podíamos ver. Todos los veranos sin falta, nos apuntábamos al
campamento para poder seguir en contacto. Sin embargo, aquel verano fue
diferente. Elena se mudaba fuera del país por cuestiones del trabajo de sus
padres y probablemente no nos volveríamos a ver nunca.
-
¿Y cuál es? Si se puede saber.
-
Muy fácil - Me sonrió como si la respuesta fuese evidente -
La función del tarro es sencilla. Cada vez que te pase algo bueno, por pequeño
que sea, escríbelo en un papel, dóblalo y guárdalo en este tarro.
-
¿Así de simple?
-
Así de simple
Y así, con esa frase, dio por
terminada toda explicación acerca del regalo.
La despedida fue realmente dura. A lo largo de esos
años había tenido amigas, pero ninguna como ella. Elena era la persona que
alegraba mi vida. Se reía conmigo, era mi hombro sobre el que llorar, me
apoyaba frente a los otros aunque no tuviese razón, me decía en privado cuando
no estaba en lo cierto, me seguía en todas mis ideas por descabelladas que
fuesen… Su partida supuso un vacío más grande de lo que jamás habría esperado.
Al llegar a casa, deshice la maleta
y me quedé un largo rato mirando al tarro, sin saber muy bien que hacer con el.
Por un lado, no le veía utilidad alguna, por otro, era el último recuerdo de mi
mejor amiga. Al final decidí ponerlo en mi escritorio. “Voy a hacerlo” pensé “Voy a
llenar el tarro con cada cosa buena que me ocurra”.
Empezó el año y fuí llenando el
tarro con papelitos. Cada cosa buena que me ocurría, la escribía y la guardaba.
Todo era válido, por pequeño que fuera: hoy
me han felicitado por el examen de biología, hoy me han animado por el suspenso
en matemáticas… y cosas similares. Poco a poco, el tarro se fue llenando y
para cuando terminó el año, faltaba muy poco para llenarlo en su totalidad.
Mientras miraba ensimismada lo lleno que estaba, entraron mi padre y mi madre
en la habitación.
-
Tenemos que decirte algo
Con esa frase empezaron la
explicación de por qué nos mudábamos. Mi madre, había conseguido un ascenso
como encargada de una gran multinacional en la otra punta del país. La decisión
ya estaba tomada. La casa ya estaba en venta y acababan de comprar otra muy
céntrica y a pocos minutos andando de su nuevo trabajo. Además, ya me habían
matriculado en un nuevo colegio.
Y así, sin previo aviso, me sacaron de todo aquello
que conocía para ir a un lugar que era completamente lo opuesto. La verdad es
que los cambios no me asustan por lo general, aunque este intimidaba un poco.
El último día del curso, mis amigos me organizaron una fiesta de despedida y me
escribieron pequeñas dedicatorias que evidentemente puse en el interior del
tarro. Y con eso comenzó mi nueva vida en otro lugar.
El verano pasó volando con la
mudanza y antes de darme cuenta, estábamos a primeros de septiembre. Todo era
nuevo para mí: nuevo curso, nuevo colegio, nuevos compañeros, nueva ciudad,
nueva casa… Aún así, tenía la esperanza de que no resultase tan difícil como
aparentaba.
No podía estar más equivocada.
No recuerdo haber pasado un año tan
duro. El primer día de clase, nuestra tutora, me sacó para presentarme. La
presentación fue la que todos los profesores hacen a los alumnos nuevos, nada
fuera de lo común: mi nombre, de dónde venía y luego, ya dirigiéndose a la
clase en general, que hicieran lo posible porque me sintiera integrada. De hecho,
los primeros días transcurrieron con bastante normalidad. Como acababa de
llegar, aún no había hecho ningún amigo cercano pero me llevaba con todos
medianamente bien.
Un día sin embargo, noté cómo la
gente se comportaba de manera más distante conmigo. Al principio supuse que se
trataba tan sólo de imaginaciones mías pero con el paso de los días se hacía
cada vez más evidente. Me preguntaba a todas horas el motivo de aquel repentino
distanciamiento, pero no llegaba a ninguna conclusión lógica. Al final resultó
que no la tenía. Por lo visto, la más popular del curso, por algún motivo que
aún a día de hoy desconozco, decidió que no le caía bien y que por tanto, al
resto del mundo tampoco. Sinceramente, yo pensaba que cosas así sólo ocurrían
en las películas de adolescentes. Sin embargo, ahí estaba, protagonizando una
de esas películas. A diferencia de que aquello era real, muy real.
Con el tiempo, tal y como describe
el efecto mariposa, el vuelo de una mariposa se acaba convirtiendo en huracán.
Aquel distanciamiento, se convirtió en burlas, las cuales acabaron por
convertir mi vida en un infierno. Todos los días, entraba temerosa por la
puerta de entrada y recorría los pasillos con la cabeza gacha para no
establecer contacto visual con nadie. Llegué a conocerme aquellos pasillos como
la palma de mi mano. Sabía donde acostumbraba a estar quién y a qué hora.
Conocía todas las maneras posibles de llegar a mi destino y sabía cuáles me
permitían llegar de manera que me cruzara con el menor número de personas posibles.
Visto ahora con perspectiva,
describiría mi actitud como cobarde. El problema es que esto no es un libro
donde el protagonista hace frente a sus problemas con valentía y todo termina
solucionándose. En la realidad, sencillamente es más fácil huir. Al final, está
en nuestra naturaleza. Es un impulso instintivo el huir del peligro.
Fuera como fuere, el problema siguió creciendo hasta
aquel día.
Ese día, fue con diferencia el peor
de todos. Fue el momento en el que la caída llegó a su punto más bajo. Aquel
día, me encontraba asolada. Había decidido que aquello iba a ser el final. Iba
a hacer que acabara de una vez por todas. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tenía?
Ya en casa, no pude aguantar más y me vine abajo. Todo
lo que me había ocurrido hasta el momento se me echó encima de golpe. Era
incapaz de ponerme en pie, todo aquello pesaba demasiado como para que pudiera
levantarme, por lo que simplemente me dejé caer. Como suma a todo lo que ya
llevaba, tiré accidentalmente una pila de cajas que seguían aún amontonadas
desde la mudanza. Aquello sólo fue una gota más en el océano de desgracias que
me habían ocurrido para entonces, pero sirvió como detonante para que me
viniera abajo en un mar de lágrimas.
Con los ojos vidriosos y sin apenas distinguir las
formas a mi alrededor, un brillo particular al otro lado de la habitación llamó
mi atención. Haciendo un gran esfuerzo, logré llegar sin chocarme contra nada y
alargué la mano hacia aquella cosa brillante: el tarro. La luz contra la tapa
dorada más las lágrimas hacían que aquel brillo resaltase con más intensidad
Hacía mucho que no pensaba en el
tarro. Con la mudanza, se había perdido entre las cajas y como tampoco había
habido nada que requiriera su uso, no lo había echado en falta. Debía haberse
caído y rodado hasta ahí al tirar yo las cajas. Secándome las lágrimas con la
manga, abrí el tarro y lo volqué. Me puse a leer todos y cada uno de aquellos
trocitos de papel. Allí, sentada en el suelo, la alegría y la nostalgia me fue
invadiendo gradualmente. Cada pedazo de papel, contenía un recuerdo feliz o
cómico. Estuve un largo rato ahí sentada leyendo. Al estar doblados ocupaban
poco espacio y el tarro tampoco era pequeño por lo que había suficientes como
para estar leyendo durante mucho tiempo. Por fin llegué a aquellas dedicatorias
que mis amigos me habían escrito:
Tessa:
Sabes que te echaremos mucho de menos, no hace falta que lo diga. No te
olvides de escribirnos de vez en cuando y sobretodo, ven de visita alguna vez.
Te estaremos esperando con los brazos abiertos.
Diane
Tessa:
Las clases ya no serán lo mismo sin ti. Más
te vale venir de visita alguna vez, eh?
Lucas
Tessa, cariño:
Te echaré muchísimo de menos. ¿A quién peinaré
yo en clase de francés ahora? Ven de visita, ¿vale?
Chloe
Tessa:
No te olvides de nosotros, ¿vale?
Recuérdanos a nosotros tus amigos, que seguimos aquí en el sitio que dejaste.
Vuelve alguna vez y no te olvides de saludarnos.
Bruno
Sinceramente, nunca me he considerado
una persona que se emociona con mucha facilidad pero aquello sirvió para que
una extraña sensación de calidez me invadiera. Las lágrimas de tristeza fueron
sustituidas por lágrimas de alegría.
Mientras volvía a guardar todos los
papeles en el tarro, me fijé en algo en lo que no había reparado antes. La tapa
dorada tenía algo raro por dentro. Alargué la mano para averiguar qué era y me
di cuenta de que ese algo era un trozo de papel dorado que estaba pegado a la
tapa. La nota decía así:
Tessa, mi gran e inseparable amiga Tessa. La
posibilidad de no volver a verte nunca me resulta muy dura y aunque no es
exáctamente mi culpa, me siento un poco responsable por abandonarte. Por eso,
quiero que sigas teniendo a alguien (algo en este caso) que te sirva como
hombro sobre el que llorar.
La nota estaba estratégicamente escondida para
que, sólo en caso de que abrieses el tarro para leer lo que en él habías
guardado, la vieses. Lo sé porque me aseguré de que quedara oculta la mirases
del ángulo del que la mirases y porque para guardar un simple papelito no te
fijas en la base de la tapa.
Si estas leyendo esto, puede ser por dos razones.
La primera, que eres tan curiosa que has analizado este tarro a fondo con el
fin de averiguar su utilidad. La segunda, que te encontrabas tan triste que te
has puesto a leer los papelitos que habías guardado, con la intención de que te
hicieran sonreir y al ir a poner la tapa te has dado cuenta de la existencia de
la nota. Y esa es la función del tarro: lograr sacarte una sonrisa en los
peores momentos ahora que yo ya no estoy ahí.
Por eso, quiero que mires al frente, que camines
con la cabeza bien alta y que hagas caso omiso de lo que ocurre a tu alrededor.
Que sigas adelante. Te conozco, eres fuerte y tu puedes con cualquier
dificultad que se te ponga en el camino. Pero debes hacer algo más: pedir
ayuda. Sé que a veces te cuesta, pero si no, es prácticamente imposible que la
situación mejore. Prometeme que lo harás
Te quiero y siempre te querré. No lo olvides.
Tu amiga inseparable:
Elena
Me gustaría decir que de ahí
en adelante todo fue a mejor. Que todos empezaron a ser mis amigos, que dejaron
de acosarme, que mi vida empezó a ser genial y que todos nos pusimos a cantar y
a bailar al unísono, pero no puedo. Como ya he dicho antes, esto no es una
película o un libro en el que todo se soluciona al final. La realidad
sencillamente no es así.
La situación siguió exáctamente igual
que antes, solo que ahora contaba con un apoyo extra. Todos los papelitos, las
notas de despedida y especialmente la nota de Elena, me ayudaron a seguir
adelante. Los peores días, las leía y releía. Seguí el consejo de Elena y les
conté la situación a mis padres. Juntos decidimos que lo mejor era que al curso
siguiente fuese a otro colegio. Y así lo hicimos.
Hay que hacer lo posible por no venirse abajo, porque, aunque
a veces es inevitable, no va a cambiar nada. Hay que levantarse y buscar una
solución. También es necesario tragarse el orgullo de vez en cuando y pedir ayuda.
Es más eficaz de lo que parece. Lo creais o no, lo del tarro de las cosas
buenas funciona. Escribe aquello bueno, por pequeño que sea en un tarro o una
caja y leelo cuando te sientas decaído. Te ayudará a sacar una sonrisa y a
recordarte que no estás solo.
Paula García Lasa, 1ºB