El sol, tiñendo el firmamento de escarlata mientras se alza,
como cada mañana. Barqueros, solitarios en medio del mar, en calma. La bruma,
que impide una visión plena del entorno. Simplemente belleza, eso es lo que
consigue plasmar Claude Monet mediante pinceladas libres, aunque firmes al
mismo tiempo. Cada pincelada tiene su propósito, cada trazo ha sido concebido
con un fin y un significado. La obra, conjunto de todas estas pinceladas, nos
cuenta una historia.
La vida es una obra de arte, como un cuadro. En el fondo,
estos dos conceptos no distan tanto como una superficial reflexión pueda
percibir. Ambos son manifestaciones de una historia que desea ser contada, que
desea ser vivida.
A diferencia de lo que sugiere el sentido común, un cuadro
no empieza con la primera pincelada, ni mucho menos. Monet no empezó la
Impresión con el primer trazo sobre el lienzo. Un cuadro no nace siendo un
cuadro, nace siendo una idea. Esa idea, por muy buena que sea, no puede ser una
obra de arte, no se puede plasmar en un lienzo, no todavía. La idea debe
madurar, enriquecerse y prepararse, en lo semejante a la infancia de una
persona.
Luis María Jesús Arriola nació el 30 de diciembre de 1928.
Su padre, también Luis Arriola, les crió a él y a sus hermanos en Ondarroa, un
pequeño pueblo costero entre Bizkaia y Gipuzkoa. Su padre era el médico del
pueblo, rasgo que conscientemente o inconscientemente marcó a su hijo.
Luis pasó las primeras dos décadas de su historia en aquel
pueblo, en el que caracterizaría su personalidad. Sus padres, sus profesores,
sus amigos, el entorno que lo rodea… Todo influencia a Luis. Al igual que su
persona se iba definiendo durante esta etapa, Monet talló su idea en un
conjunto coherente de elementos que quería incluir en su historia: el sol, la
barca, e incluso el mar. El mismo mar que Luis adoraba, al cual se afianzó de
pequeño y no soltó hasta el fin de sus días.
Sin embargo, llega un momento en el que la idea ya ha sido
perfeccionada en el que la idea ya está lista. Saber que ese momento ha llegado
es una virtud y empezar con la obra es el único camino posible.
Ese día llega en 1946, con la mayoría de edad. Por una
parte, el estado le llama, debe instruirse militarmente. Por otro lado, debe
expandir su conocimiento, debe estudiar en la universidad. Ambas cosas
requieren que Luis salga de Ondarroa, que abandone el puerto. No obstante,
ambos caminos le llevan a un mismo destino: Santiago de Compostela. Allí sería
donde, cual Monet, daría las primeras pinceladas a su vida. Este viaje es un
punto de inflexión, donde su vida pasa de preparación a acción.
Luis compaginaría sus clases en la facultad de medicina con
su adiestramiento militar durante su estancia en Santiago. Sin embargo, si se
le hubiera preguntado, ni la gratitud de convertirse en doctor ni la
satisfacción de surcar los cielos como piloto español serían sus instantes
favoritos. Ese tiene nombre y apellido: Minucha Torres, hoy en día conocida
como Sra. Arriola.
Minucha es el sol de la Impresión, es una pincelada clave en
la vida de Luis. En una callejuela del casco viejo de Santiago pasó de ser
desconocida a amante, en los cielos (dentro de un planeador) de amante a
prometida, en la iglesia de Ondarroa de prometida a esposa, y desgraciadamente,
en la policlínica de Donostia, de esposa a viuda.
Sus caminos se juntaron en Santiago y continuaron hasta
Ondarroa. Allí vivirían un par de décadas más, donde él se hizo su hueco como
DonLuis, el médico del pueblo.
A estas alturas de su vida, Luis ya ha acabado la primera
capa del óleo. Llegado a este punto, continuar pintándola es en vano. Debe
dejarla secar y empezar con la segunda capa.
Minucha, Beatriz, Paloma, Luis María y Ricardo. Estas cinco
personas componen grandes elementos de su cuadro, su descendencia. A partir de
este momento, su vida no se enfoca en sí mismo, gira en torno a ellos. Tal es
su devoción que se mudaría a San Sebastián por ellos, aunque DonLuis no
abandonase su puesto de trabajo en Ondarroa.
Por otro lado y al igual que Claude Monet cuida de su mar,
Luis cuida del suyo. Un solar en un escondido pueblo costero de Galicia sería
el cimiento de su futura residencia de verano, frente al mar. Allí invertiría
parte de sus ahorros en la “Saeta”, una gamela moteada antecesora de otras
cinco embarcaciones marinas de diversa índole.
Desgraciadamente, poco a poco, trazo a trazo, el cuadro va
completándose y este reclama su punto final: la firma de Monet. El 17 de mayo
de 2001, el cáncer llama a la puerta de DonLuis, pero esta vez el cáncer se
suyo. La aparente simplicidad de la enfermedad no es más que un mero engaño. Ya
extendido por todo su cuerpo, un cáncer de origen desconocido pone fin a su
vida al día siguiente.
No obstante, un cuadro no se acaba con la última pincelada.
Y una vida tampoco. Hoy en día, “Impresión, sol naciente” está expuesto en el
museo Marmottan Monet de París. A 800 km, Luis María Jesús Arriola descansa en
Ondarroa, en el mar, en el único lugar a donde siempre perteneció. Claude Monet
no ha retocado su cuadro en los últimos 150 años y la vida de Luis sigue igual
que cuando la dejó hace 15.
Sus historias ya han llegado a su fin, sus vidas no.
Cualquiera puede ir a verles. Cualquiera puede hablar sobre ellos. No sé si la
vida de mi abuelo fue impresionante, pero sé que se merece que le pinten una
obra de arte.
Luis Arriola 1ºBach. C
Luis Arriola 1ºBach. C