lunes, 11 de enero de 2016

Corella la bella



             

Habían pasado veinte años desde la última vez que estuve en aquella casa. Estaba ansiosa por volver a verla y recordar aquellos maravillosos quince veranos que habíamos pasado allí. Esperaba también poder reencontrarme con viejos amigos con los que compartimos horas y horas de piscina y juegos. "¿Habrán cambiado mucho las cosas?, ¿seguirá alguno de ellos por allí?, ¿me reconocerán?, ¿lo haré yo?..." no paraba de peguntarme durante el viaje. Las preguntas y los recuerdos no dejaban de retumbarme en la cabeza, y casi no fui capaz de darme cuenta de que el tren estaba parando, y de que por megafonía estaban anunciando que ya habíamos llegado a nuestro destino.

Rápidamente, cogí las maletas y avisé a mi hermana, quien, al contrario que yo, se había pasado todo el viaje dormida.

Nada más salir, recordé el clima seco y soleado de la zona. Me puse mi pamela de paja y al instante, reconocí unos gritos ensordecedores que tan solo podían pertenecer a mi prima.

Hacía diez años que no había estado con ella, y me hacía mucha ilusión volver a verla. Mi prima era siete años mayor que yo y nueve mayor que mi hermana. La encontré tal y como la dejé la última vez que la vi. Piel muy morena, melenita rubia muy desordenada (tal y como es ella), expresiva, alegre y acogedora.

Nos montó en su vieja furgoneta granate, llena de polvo y con un desagradable olor a perro mojado. Mi prima es veterinaria, se desvive por los animales y todo lo que tenga que ver con ellos.

Una vez nos montamos, no paró de hablarnos de la gente, del pueblo, de las últimas novedades sucedidas y de todo tipo de acontecimientos en general que habían ocurrido por allí. Fue un viaje muy entretenido. No paramos de interrumpirnos las unas a las otras, puesto que teníamos mucho que contarnos. Al mismo tiempo, miraba con sorpresa los cambios que iba apreciando por el pueblo: En el cruce donde un tractor había atropellado a mi amigo Rubén destrozando su querida bicicleta amarilla ¡por fin habían puesto un semáforo! El convento donde nos colábamos por las noches para poder coger las pastas y rosquillas que hacía Sor Mª Luisa, lo habían convertido en una preciosa biblioteca con un gran jardín lleno de árboles y flores de todos los tipos y colores...

Al fin, dobló la esquina para coger la calle donde se encontraba nuestra casa, y para mi sorpresa, parecía que el tiempo se hubiera detenido allí desde hace veinte años, ¿seguiría todo realmente igual?.....

Coro Lorza. 4º ESO A