viernes, 8 de enero de 2016

La habitación





Amanda Williams despertó cuando notó el húmedo tacto de una gota caer sobre su mejilla. Yacía sobre un frío suelo de madera, en una habitación cerrada iluminada por una simple bombilla que colgaba del techo.

            Abrió los ojos, y se incorporó lentamente. Echó un vistazo a su alrededor, tratando de orientarse, pero nada de lo que vio le resultó familiar. Se encontraba en una habitación cuadrada, de paredes blancas y suelo de madera. En una esquina había un catre, que recordaba al de las prisiones de las películas policíacas. En la pared opuesta había un inodoro y un lavabo. Debido al escaso mantenimiento del lugar, el agua de estos había adquirido un color parduzco. Sobre el lavabo colgaba un espejo rectangular, que apenas podía cumplir su función por a la cantidad de suciedad amontonada sobre él.  
            Amanda se levantó, combatiendo su dolor de cabeza. Miró su reloj de pulsera, que, afortunadamente, seguía funcionando, a pesar de tener el cristal roto. Las agujas marcaban las tres, no sabía si de la madrugada o de la tarde, pero aquello era lo que menos le importaba por el momento.
            Se acercó al espejo, y con la manga del jersey retiró la mayor cantidad de polvo que pudo, hasta que la blanca lana adquirió un tono negruzco. Se miró al espejo. Amanda Williams era una muchacha joven, de pelo negro y ojos azules. Era delgada y de estatura media. En aquel momento vestía varías capas de ropa bajo su jersey, porque el invierno estaba siendo especialmente gélido. Abrió el grifo, y dejó correr el agua hasta que pasó de ser marronácea a cristalina. Se lavó la cara para despejarse. No sabía dónde estaba, ni por qué, pero sabía que debía mantener la calma para salir de aquel sitio.
            Notó algo vibrar en el bolsillo del pantalón, y se llevó la mano a sus vaqueros para sacar un móvil que a pesar de no ser suyo, tenía una llamada dirigida para ella. Se llevó el aparato a la oreja.
            -Hola Amanda –dijo una voz metálica-. Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Presentaciones aparte, te diré a qué viene todo esto. Tienes tres minutos para salir de esta habitación, si no lo haces, morirás al inhalar el gas que está entrando ahora mismo.
            Antes de poder alarmarse, empezó a entrar un gas por el resquicio de la puerta. Trató de abrirla, pero tal y como esperaba, estaba bloqueada. Cerró los ojos, tratando de tranquilizarse para calmar su respiración atropellada y pensar en una solución.
            Cuando los abrió de nuevo, dirigió un vistazo rápido a la habitación, analizando cualquier cosa que le pudiese ayudar en su huida. La única salida posible aparte de la puerta era un conducto de ventilación lo suficientemente grande como para entrar una persona en él, pero situada a una altura que no podría alcanzar aunque usase el catre a modo de escalera.
            De pronto, el conducto de ventilación se abrió, como si se le estuviera otorgando una oportunidad divina. Una persona que ocultaba su cara asomó la cabeza y le tendió la mano. Amanda la aceptó, sin pensar si era una mano que le ofrecía ayuda o si estaba abrazando la propia muerte.

  Marta Gómez DBH 4A