domingo, 24 de enero de 2016

Nada más que tiempo



   
Si no intentaba hacer algo, me convertiría pronto en la próxima víctima. Este era el sentimiento que tenía habitualmente hasta hace poco. Siempre me ha preocupado qué hacer; no perder el tiempo ha sido una prioridad, por no decir una obsesión. No me gustaba ver pasar el tiempo; la idea de que, por ejemplo, se acabaran las vacaciones, era una auténtica agonía; por eso siempre intentaba hacer algo.

El tiempo es un elemento fundamental de nuestra existencia; siempre está ahí, siempre ha estado y siempre estará. Ya desde tiempos de Aristóteles se hablaba del espacio y el tiempo, y es que forma parte de todo. Si algo no hubiera pasado en el momento justo, todo lo que le sucedió y le sucederá se habría visto afectado. Hace poco pensé que si mis padres se hubieran conocido tan sólo 10 minutos antes o después, mi propia existencia y por consiguiente la de esta redacción se habrían visto alteradas; 8 388 608 son las combinaciones posibles a la hora de formar un gameto, y si todo hubiera ocurrido un poco más tarde, lo más probable es que yo no hubiera nacido tal y como soy.

Nos asusta envejecer, enfrentarnos a algo que hemos estado evitando, ver pasar un momento irrepetible, morir…, resumiendo, ser víctimas del tiempo. Podemos ponerle nombres en función de los días, los meses, las horas… pero el tiempo no se detiene; por eso, lo mejor será asumir que no podemos hacer nada para enfrentarnos a él. Algún día seremos sus víctimas inevitablemente, o eso he pensado hoy cuando he visto reírse a mi abuela mientras decía “genial, si es que ya estamos todos colocados en fila india”, al enterarse de que había muerto otro conocido.

Iñigo Ugalde, 4ºESO E